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«Welcome to the finish line. De Madrid, España, Gemma Martínez». Llegar a meta y escuchar esas palabras por megafonía en tu primer triatlón olímpico en el extranjero, en EEUU y con el mejor socio triatleta del mundo esperándome, es un momento irrepetible que nunca olvidaré. Miami y España, ¡tan cerca!
Después de cinco días en Nueva York, un vuelo de algo más de dos horas y llego a Miami. Aunque antes de despegar hacia Florida un retraso del avión de American Airlines nos deja un buen rato en el aeropuerto. Comemos cerca de la puerta de embarque, con una copa de vino español, uva mencía.
Tardísimo, pero ya estamos en Miami, en el apartamento que hemos alquilado en South Beach, en Euclid Avenue, a 10 minutos a pie de donde empezará el triatlón dos días después. Esta es la casa, con mucho acento de South Beach, que es como se llama la zona situada entre las calles 1 y la 25 de la isla de Miami Beach.
Sábado, antes de que amanezca y en ayunas, directo a nadar y a ver salir el sol desde el Océano Atlántico. La playa de arena blanca, casi desierta, huele a paz, solo interrumpida por los triatletas que nos hemos inscrito en un clinic benéfico. El objetivo es familiarizarnos con el circuito de natación del día siguiente. Nado 10 minutos para activar, igual que luego haré unos 15 minutos de bici y 10′ corriendo, siguiendo las directrices de mi super jefa, Natalia Bermúdez, mi entrenadora de Personal Running, la mejor del mundo. Me dice que recuerde que el objetivo solo es «activar» el cuerpo, «no cansarte».
Después de nadar (qué gozada, casi todo el circuito de 1,5KM discurre en paralelo a la costa) y desayunar, recogemos la bici que hemos alquilado. Llevar la mía desde España previo paso por Nueva York es complicado. Los pedales sí han venido conmigo y aquí los están poniendo los chicos de City Bike.
Finalizado el rodaje de activación, mi Trek de manillar azul ya descansa en el área de transición donde va a pasar la noche.
Corro, ducha y a comer pasta, hidratos de carbono para el día siguiente. Al terminar, tarde de paseo largo por Ocean Drive hasta una de las zonas de tiendas, Lincoln Road.
Es un sábado por la tarde lleno de vida y descubro rincones que me atrapan, como esta pared en la tienda All Saints, forrada de máquinas de coser. Qué gozada. Me recuerdan a mi madre, una de sus más fieles usuarias.
Domingo, el gran día. Madrugón para desayunar, tatuarnos los dorsales e ir a la transición, a dejar las cosas con la bici. Todo en orden y en su sitio.
Pienso en las palabras de Natalia. «Lo importante es que cuando estés en la salida estés muy tranquila, porque sepas que todo lo que pueda estar bajo tu control, lo está. Luego cómo nos encontremos y se nos dé la carrera es otra cosa, pero al menos que la organización esté perfecta». En la foto anterior Jose y yo, ya listos, todavía de noche.
Me despido de Jose, cada uno tiene su oleada en la salida y espero el momento de salir a nadar, de empezar el triatlón. Coincido en mi fila con una española que vive en Miami. La reconozco por su patrocinador, un banco español. Es el primer síntoma de lo cerca que ese día, y siempre, están Madrid y Miami, a pesar de la distancia.
El agua discurre genial, pese a un ataque de tos que me da al poco de enfilar la recta y que me obliga a nadar un poco a braza. Un chico de la organización se acerca con su kayak y pregunta si estoy bien. Le digo que sí, se pasa y ya nado a crol, respirando cada cuatro brazadas, como me enseñó la jefa. Qué a gusto me deslizo en el Océano y qué espectáculo ver amanecer dentro del agua.
Salgo del agua y disfruto de la bici, en un circuito llano, salvo los puentes que cruzan Miami Beach. Se hacen eternos al subir, pero vuelas en las bajadas. Los 40 kilómetros se me hacen cortos y me quedo con ganas de más. Debe ser lo que dice Natalia, que he cumplido con los entrenamientos previos, que han sido duros, para que luego el pedaleo el día de la competición sea mucho más fácil.
La carrera a pie, el final del triatlón, con 10 kilómetros, es ya otra historia. Miami deja atrás el amanecer con casi 40 grados y con la humedad adherida a la piel. Los primeros kilómetros bien, pero enseguida mi cuerpo empieza a sufrir. Ando en cada avituallamiento, me cuesta volver a correr y sueño con cada punto de agua. Bebo, me tiro líquido por encima y cojo hielos que dejo entre mis dedos mientras troto.
Eso empeora hasta el infinito el tiempo total del triatlón pero no importa, consigo llegar a meta, con unos últimos metros sobre la arena blanca, que me mata. Como pueden ver en las fotos, mi cara refleja el sufrimiento y la alegría incontenible al final. Veo la meta y escucho por megafonía: «Welcome to the finish line. De Madrid, España, Gemma Martínez». Quedan menos de diez metros y entro llorando, sobre todo porque ya veo también a mi socio, que es un crack, que acabó antes y me esta esperando. El abrazo que nos dimos tiene un hueco en mi corazón de por vida.
Gracias por todo Miami -sobre todo por sentirte tan cerca de España-, gracias Jose, gracias Natalia. Hasta el año que viene. ¿Triatlón Olímpico Venice Beach?
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